La cordillera de Nahuelbuta, hermoso paraje ubicado entre la octava y novena regiones, oculta entre sus titánicos bosques el más hermoso y pequeño venado del mundo: “el pudú”. Dicen que este gracioso animalito apareció en esta comarca sólo a la llegada de los españoles y su existencia se debería a un hechizo que hasta hoy se mantiene y que relato a continuación:
“Vivía a orillas del lago Lanalhue una comunidad de pacíficos mapuches, parientes de los lafkenches de Amucha y que subsistían de la pesca y de los frutos que daba la Madre Tierra. Su idílica existencia fue coronada con la bendición de familias numerosas y sanas; niños y niñas recorrían en ruidosas caravanas la laguna y el bosque donde encontraban kaukes, kulles, dihueñes, piñones y otro sin fin de secretos y dulces frutos.
Los aguerridos mapuches de otras comunidades, como los de Tucapel y Tirúa los respetaban y protegían porque los sabían pacíficos, conocían su amor por la Madre Tierra, su religiosidad y además porque eran los encargados de ayudar a las almas a pasar desde Lanalhue hasta la isla Mocha, el lugar de paso de las almas para llegar al Kulchenmayeu.
Cuando aparecieron los conquistadores, acompañados del atronador ruido de sus flechas de fuego y metal, de sus caballos y de la cruz de su Dios, se acabó la paz de estas hermosas familias lacustres; entonces las madres acudieron donde la más respetada y anciana lanpu domo para que las aconsejara. La diez veces madre y veinte veces abuela miró la laguna y el monte, cantó una rogativa a Shompalhue, el dios de las aguas y entonces la diez veces madre y veinte veces abuela habló y actuó: dio a la hermosa y núbil Pilmaikén una pifilka, hizo que los niños y niñas fueran cubiertos con abrigados ponchos del color de la tierra y los despidió para que se ocultaran en el monte hasta que pasara el peligro. La triste melodía de la pifilka se hizo despedida y las amantes madres, entre el miedo y la esperanza les rogaron a sus hijos que fueran obedientes y silenciosos.
El bosque los acogió con amor y poco a poco el sonido de la pifilka de Pilmaikén se perdió en medio de los montes de Nahuelbuta. La wiña y el pangui siempre atentos, acechaban; pero la pifilka los espantaba y se resignaron manteniéndose alejados de tan agudo sonido para sus sensibles oídos.
Cuando aparecieron los nuevos cruzados, como muchas veces ocurrió, la comunidad fue destruida y despojada de sus tierras, los pocos hombres que quedaron fueron entregados en encomiendas y los que lograron huir se unieron a sus primos de Tucapel y se hicieron guerreros.
Cuando pasó una luna y otra luna, Pilmaikén dejó su tesoro en la cordillera y bajó a la ribera de la laguna, al ver que su comunidad ya no existía, rogó a los espíritus de la montaña para que protegieran a los niños, y a ella le dieran sabiduría para actuar. Entonces en gran Nguenechén, apiadado y admirado del actuar de la muchacha, la convirtió en golondrina y a los niños y niñas los envolvió para siempre en sus ponchos color tierra y los convirtió en pequeños venados silenciosos y tímidos.
Desde aquellos tiempos, la cordillera de Nahuelbuta alberga manadas de pudúes que viven en lo más espeso del bosque y que son guiados por golondrinas, cuyos agudos cantos ahuyentan a los depredadores”.
Proteger al pudú de la cordillera de Nahuelbuta y a las golondrinas es deber de todo mapuche, porque los hombres y las mujeres de la tierra saben que el secreto de la vida futura de su estirpe está en estas manadas, porque así lo quiso el gran Nguenechén.
MARÍA INÉS VEGA SANHUEZA
Fuente: www.facebook.com/observatorio nahuelbuta
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